Interfaz como metáfora
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En la actualidad el concepto de interfaz suele relacionarse con el concepto de metáfora, como una suerte de desplazamiento del significante que se mueve desde el espacio que usa el escriba para trabajar, hacia un mueble de diseño equis, hacia el espacio donde son desplegadas las ventanas de los programas que usamos habitualmente.
Este espacio virtual que no necesariamente se relaciona como extensión sino más bien como posibilidad de ocurrencia (en sentido estricto) puede, por ejemplo, modelarse en términos conversacionales, como stream, sin necesidad de despliegue espacial como extensión (para una diferencia exhaustiva entre extensión y duración ver Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia[1]).
Cabe la pregunta sobre si es propio del concepto de interfaz -y no de las interfaces actuales- esta nomenclación metaforica que ha sido ampliamente elaborada por Scolari, o si es sencillamente una etapa, una transición en el camino evolutivo del homofaber con el pináculo de su actividad (en tanto que homofaber). La pregunta por la certeza de la metáfora, o la duda, deviene especialmente interesante cuando lo que empieza a abordarse son las interfaces de tipo BMI (Brain machine interface) en cuyo caso nos preguntamos: ¿metáfora de qué? Sin dudas Scolari elude la cuestión porque intenta restringir el concepto de interfaz como “comodín semántico aceptable a cualquier situación o proceso donde se verifique un intercambio o transferencia de información”[2]. Una restricción tan genérica es prácticamente inútil.
Metaforas de ScolariBajo ningún punto de vista pueden considerarse las aproximaciones a las interfaces posteriores como excluyentes unas de otras. Las interfaces se encabalgan dentro de sistemas más amplios y un mismo sistema puede tener componentes de una y otra metáfora.