Drawing hands
Drawing hands M. C. Escher

Ludocracia y poder

En algún sitio se produjo esa transición que dejó de favorecer al juego como técnica para la incorporación de habilidades y conocimiento.

Cualquier libro de etología general dedica unos cuantos capítulos  al tema y suponemos que a nadie atento a las disposiciones propias de la evolución biológica -al menos en sus manifestaciones más complejas- desconoce la función formativa y de integración de los juegos.

Lo que sí es bastante evidente, es que las primeras interacciones con el entorno se dan en clave lúdica. Los cachorros, lo humanos y de los otros, tienden a repartir la mayor parte del tiempo entre el juego y la reproducción de su fuerza vital.

A diferencia del resto de los mamíferos, el hombre es un animal simbólico y con esto quiero decir que el ejercicio de sus características se resuelve únicamente a partir de lo propio del símbolo: poner una cosa en el lugar de otra mediante una regla, aprehender una equivalencia. Esta singularidad de lo simbólico y la regla es lo que Levi Strauss -casi en un grado cero- denomina cultura. Donde hay regla, hay cultura.

Volvamos a los cachorros. Olvidemos por un momento el tema de las reglas, porque el juego, el comportamiento lúdico es anterior a la regla y casi podríamos decir -para los sujetos simbólicos- que es la heurística que funda o asimila la regla. El cachorro de león, persigue otro cachorro, un insecto o se cuelga de un tronco y afila sus uñas haciendo la experiencia que le permitirá conseguir sustento para si y para su especie. En el caso de los cachorros con potencial simbólico, la herramienta que debe incorporar es, sobre todo, la palabra como sinécdoque del símbolo. Es así que los primeros juegos son muy elementales hasta que es incorporada una noción casi etérea de la regla para luego ir complejizando ese juego del lenguaje, donde el placer parece encontrarse en la perfección de su dominio. ¿Acaso no es el ajedrez una especie de paroxismo del virtuoso dominio de la regla? Quién demuestra una mejor interpretación de sus reglas se queda con la partida. (discusión aparte: Deep Blue)

Dicho esto, quizá no sea temerario sugerir que en el transcurso de la evolución humana y de acuerdo a las condiciones históricas de su devenir, los hombres hemos ido retirando el componente lúdico en un gradiente que se ajusta a las necesidades de la reproducción material de nuestra vida. Por ejemplo, es bastante probable que en un entorno agrícola muy básico, el juego fuera reemplazado por el trabajo -como ejercicio reglamentado recursivo, no optativo- tan pronto las condiciones físicas y las reglas básicas fueran asimiladas. Esta misma condición de integración laboral temprana sería funcional al sistema establecido en los términos del conjunto orgánico de reglas asimiladas, por cuanto la energía disponible del sujeto se orientaria a partir de un punto de eficiencia determinado hacia el ejercicio productivo de un conjunto de reglas.

Ciertamente, las necesidades materiales de un cuerpo se incrementan conforme se va desarrollando y es comprensible que la energía extra necesaria para sostener un cuerpo ocioso durante los primeros años de vida pueda ser erogada como plus paternal, pero este plus paternal puede en algunas circunstancias ser insuficiente conforme las necesidades aumentan y entonces, el reparto lúdico-ocioso/productivo va ajustando ese gradiente.

El escenario bucólico, también sirve para hacer visible otra cuestión, que será la central de nuestro ensayo. Las reglas que hacen a una vaca parir luego de 180 días de preñez o los ciclos de cultivo/cosecha del trigo se repitan dos veces por año han sido lo suficientemente estables como para consolidar un conocimiento muy acabado del tema. Esta batería de reglas prácticamente insensibles a todo accidente humano ha sido transmitida de generación en generación y, lógicamente, los instrumentos de esta transmisión se han ido depurando y refinando con el correr de los años estructurando formal e informalmente este conocimiento. Conforme este conocimiento reviste una regularidad -hoy diría sorprendente, seguramente un sujeto formado por esas condiciones solo vería cotidianeidad- las diferentes culturas diseñaron las instituciones más eficaces para la preservación de dicho conocimiento: familias, iglesias, escuelas, etc. Las condiciones técnicas actuales han roto, desde una perspectiva de actividad cotidiana, la recursividad de estos ciclos y con ellos la aparente continuidad natural. La aceleración del tiempo evolutivo es un hecho innegable desde el momento en que podemos manipular el código genético para diseñar organismos, lo que no es otra cosa que ejecutar en cámara rápida posibles mutaciones genéticas, es decir ensayar en el laboratorio las posibilidades de la evolución natural.

Volviendo a los juegos, las reglas y unas condiciones técnicas que. en principio, liberarían una proporción de tiempo importante para la consecución de objetivos distintos de la reproducción material de la vida, entendemos que la aceleración evolutiva -especialmente como correlato cultural- frustra las recetas tradicionales a la hora de ofrecer las experiencias adecuadas en un entorno de dinámicas crecientes. En estas condiciones nos interesa explorar el valor integrador que una aproximación lúdica puede ofrecer como articulador del conocimiento acumulado actualizado, es decir hipercontextualizado. La única herramienta capaz de lidiar con las dinámicas crecientes del contexto es la computadora.
Ludocracia. (e)

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